La ópera, en las aguas de Saer
Basada en la novela del gran autor santafesino, la obra de Ezequiel Menalled se estrena hoy en el CETC.
Clarín
23 Jul 2015
Limonero. La impronta de Saer.
El Centro de Experimentación del Teatro Colón presentará hoy una nueva ópera de cámara inspirada en una de las grandes novelas de la literatura argentina moderna, El limonero real (1974) de Juan José Saer. La ópera del mismo nombre tiene música de Ezequiel Menalled y libreto de Fernando Regueira; la puesta en escena será de Maricel Alvarez; la escenografía, de Julieta Potenze; la iluminación, de Agnese Lozupone; el video, de Natalia Labaké y la ingeniería de sonido, de Fernando Taverna.
La dirección musical estará a cargo del autor. Ezequiel Menalled nació en Buenos Aires en 1980 y completó sus estudios en el Conservatorio de La Haya, donde vive desde 2002. En 2003 fundó el Ensamble Modelo62, la agrupación de cámara con sede en los Países Bajos dedicada a la promoción y difusión de la creación contemporánea, que presentará este nuevo estreno del CETC.
Integran el reparto el tenor Esteban Manzano (Narrador), el barítono Alejandro Spies (Wenceslao, padre de Wenceslao), la mezzo Virginia Correa Dupuy (Ella), Luca Zubieta (Ladeado), la soprano Virginia Majorel (Rosa), el tenor Juan Francisco Ramírez (Rogelio) y Tomás Catania (Hijo).
El libretista Fernando Regueira (Quilmes, 1972) es autor de varios guiones para el cine. Como libretista de ópera, además de El limonero real ha escrito La amante, con música de Santiago Saitta, y actualmente trabaja en una obra lírica sobre cuentos de Bioy Casares.
El limonero real tendrá cinco funciones: hoy, viernes 24, sábado 25 y martes 28 a las 20, y domingo 26 a las 17. Localidades: $100 (estudiantes y jubilados: $50).
23/07/15
"El gran pequeño": Papá es un ídolo
Crítica: Buena.La relación de un hijo con su padre, la fe y el afecto, en un filme emotivo, con algunos golpes bajos.
Jakob Salvati. Es el gran pequeño.
Tags
Abordar en un filme temas como el amor a un padre, la esperanza, la fe y la religión suena a combo sentimentalista. Y si algo de eso hay en El gran pequeño, por suerte Alejandro Monteverde (el realizador de Bella, premiada en Toronto) pone más énfasis en el protagonismo de Pepper, el niño, sus dudas y deseos que en levantar el dedito y hablar como desde un púlpito.
Hecho con las mejores intenciones, el filme del director mexicano tiene igualmente algunos golpes bajos, como que retuerce a Little Boy lo suficiente como para hacer llorar al personaje y al público sensible. Se entiende: bajito de estatura, humillado por casi todos en O'Hare, el pueblo costero en California donde vive, encuentra en su padre (Michael Rapaport) un único amigo y compañero. Y cuando a su hermano mayor (David Henrie) le impiden alistarse para la Segunda Guerra Mundial por tener pie plano, el que debe marchar a combatir a Filipinas contra los japoneses es su padre.
A partir de allí comienza una historia de creencia, de cuasi milagros, de un proceso de fe. Pepper, que tiene como héroe antes que a su padre, a un mago itinerante (Ben Chaplin) al que sigue en sus cómics, apoyado por el cura del pueblo (Tom Wilkinson) creerá que con su fe y siguiendo algunos mandamientos logrará que papá regrese sano y salvo del frente de combate. Para ello hará lo que sea. Y si debe entablar amistad con un adulto japonés (Cary-Hiroyuki Tagawa), tragará saliva, y lo hará.
Es que la película habla de un tema muy poco frecuentado -por no decir, escondido- por el cine hollywoodense, como el de los campos de concentración para nipones en suelo estadounidense durante la Segunda Guerra. No es central, pero sí lo es el tema de la xenofobia. El hecho de ser diferente -por el color de piel, por la estatura- y el cariño hacia su padre hace que El gran pequeño por momentos tenga momentos del aliento de El karate kid y por otros de El gran pez.
Es esta una superproducción, evidenciada en el elenco -sumen a Emily Watson como la madre, a Kevin James, a Ted Levine, el asesino de El silencio de los inocentes-, en el diseño de producción, en los efectos. Jakob Salvati tiene suficiente inocencia para generar la empatía necesaria y así acompañarlo en esta travesía emotiva.
Fuente www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-36141-2015-07-23.html
Jueves, 23 de julio de 2015
FELIX Y MEIRA, DEL CANADIENSE MAXIME GIROUX
Una película tan ortodoxa como sus personajes
Final del formulario
Por Horacio Bernades
Como sucede con los partidos del fútbol argentino, este film de origen canadiense se presenta dividido en dos partes que, en términos de juego –de espíritu y de puesta en escena, para el caso–, tienen poco y nada que ver entre sí. La primera mitad es una variante “para adultos” del típico “chico conoce chica”. Siendo el chico un cuarentón poco menos que descastado por su padre y la chica una mujer jasídica, harta de su rol y de su mundo, todo se encamina al tropo no menos típico de la segunda oportunidad, que permitirá a ambos dar nuevo sentido a sus vidas. Sin embargo y como si se tratara de una bienvenida enfermedad, hacia la mitad a la película “le sobreviene” un abrupto cambio de punto de vista, abriéndose una grieta que el rumbo prefijado no había permitido aflorar hasta entonces y que la vuelve mucho más interesante.
Ya en la primera escena queda claro que Meira (a quien los suyos llaman Marka) está hasta la peluca de rituales, tabúes y ortodoxias (una de cuyas imposiciones consiste, justamente, en el uso de peluca por parte de las mujeres). Sentado su marido Shulem a una cabecera de la mesa, ella en la de enfrente y parientes y amigos a ambos lados, Meira no sigue los rezos que los demás elevan en hebreo. “Estoy harta de esta luz”, se dice en voz alta cuando la bombilla del comedor se apaga automáticamente, a la hora que el shabbat prescribe. El espectador puede preguntarse a qué viene que Meira prepare con tanto esmero tantas trampas para ratones, hasta que cuando uno de esos roedores queda atrapado se comprende que son metafóricas: el ratoncito es ella y el que vela que la trampa funcione, Shulem. Si de velar se trata, eso es lo que Félix hace con su padre, que si no lo reconoce en su lecho de enfermo es un poco por chochera y otro poco en sentido metafórico también.
Como tanto cine contemporáneo, esa primera parte funciona como un Rasti. Se diseña una pieza llamada Meira, que ansía una vida más heterodoxa, y otra llamada Félix, que necesita algo que dé alguna orientación a su vida, y se hace encajar a una con otra. Aunque haya que hacer fuerza para ello, proporcionando a ambos una osadía que no parece muy coherente con el espíritu de sus personajes. Que la película ingresa en una fase de mutación se percibe en una escena en la que Shulem va a casa de Félix, a pedirle que no se lleve a su esposa. La escena va en contra de la lógica que regía hasta entonces. De la lógica dramática, haciendo del guardián fundamentalista un personaje inesperadamente vulnerable, y de la lógica de puesta en escena: si hasta ese momento ésta había sido meramente funcional, toda esa escena está narrada en un meditativo plano fijo, que pone en inesperado pie de igualdad (visual) a Félix y Shulem.
De allí en más la película entera mantiene su carácter meditativo, mediante una estética de largos planos fijos, poniendo además en duda la posibilidad de concretar sus sueños por parte del héroe y la heroína. “¿Qué vamos a hacer?”, (se) pregunta Meira con su niña de un año en brazos (a la que de hecho secuestró), y Félix no sabe qué responder. En ese momento consuman su viraje, de parejita romántica ad hoc a pareja en fuga. De esas a las que el cine negro de los años ’30 y ’40 convertía en víctimas de la fatalidad.
6-FELIX Y MEIRA
Felix et Meira,
Canadá, 2014
Dirección: Maxime Giroux.
Guión: M. Giroux y Alexandre Laferrière.
Duración: 105 minutos.
Intérpretes: Hadas Yaron, Martin Dubreuil, Luzer Twersky.
No hay comentarios:
Publicar un comentario